miércoles, 21 de octubre de 2009

Baldur y el Sol de Medianoche: (30) Algunas cosas ocurren

(Audición recomendada: John Lennon - Oh my love)




Fue una ceremonia sencilla. No hubo mucha gente en el funeral. Sólo la poca familia de Bjarni que aún vivía en los alrededores de Reykjavik y sus tios de Copenhague. Nosotros sí estuvimos allí. Nanna -con un indulto temporal, Ásdís, Jim, Johann y yo. Mis padres también estaban allí. Lo conocían desde que éramos bebés, casi. Bjarni era una sombra. Con la mirada perdida. Lo abrazamos todos, pero se le notaba insensible. No lloraba. Yo creo que había gastado todas las lágrimas el día anterior. Ahora se hallaba sumido en un estado de shock del que no sabíamos cuándo podría salir.

Los padres iban conduciendo su 4x4 por la carretera, cuando no se sabe por qué, el vehículo se salió, atravesó el quitamiedos y se precipitó por el acantilado. El coche quedó hecho un amasijo de hierros. Hicieron falta muchas horas para sacar los cuerpos de allí. Murieron en el acto. En cuestión de segundos, Bjarni era huérfano. Hijo único, menor de edad. Una situación parecida a la que tuvo Johann. Sin embargo, la posibilidad de una emancipación como la suya para Bjarni, era impensable. Él era mucho más frágil, menos maduro. No era el mejor momento para este tipo de cosas, pero tendría que decidir qué hacer. Sus familiares cercanos a Reykjavik no se encontraban en condiciones de quedarse con él. Eran unos primos de su madre con los que apenas había tenido contacto, además eran demasiado mayores. La otra opción era irse con sus tíos, el hermano de su padre, que vivían en Copenhague, Dinamarca.

Debido al estado en el que se encontraba, fue incapaz de tomar una decisión de ese calibre de un día para otro, además en un momento del calendario lectivo como aquél. Quedaba poco para terminar el curso. Irse entonces no haría más que empeorar aún más la situación. Fue entonces cuando mis padres hicieron algo que no me esperaba en absoluto: se ofrecieron para cuidar de él, por lo menos hasta verano, cuando se recuperara un poco y pudiera decidir por él mismo qué hacer con su vida. Al fin y al cabo, Bjarni había sido como un hijo para ellos. Pasaba largas temporadas en casa y lo habían visto crecer junto a mi.

Mis padres se quedaron con él haciéndole compañía en el crematorio y Nanna y yo nos fuimos a dar un paseo por el parque de los alrededores. Aprovechamos para disfrutar furtivamente de nuestra relación. Ella también estaba muy afectada y tenía los ojos llorosos y el rimmel bastante corrido. Saqué un pañuelo y le limpié la cara con una tierna sonrisa. Ella trató de responderme con otra, pero sólo pudo abrazarme y roper a llorar de nuevo. Entendí que sus lágrimas no solo eran por la muerte de los padres de Bjarni, sino también por nuestra situación. Por no poder vernos lo suficiente ni en las mejores condiciones. Había días en los que era imposible en el instituto. A finales de curso teníamos más que hacer, menos tiempo libre para quedar a escondidas en algún sitio... así que aquella tarde, Nanna me abrazó con más ganas que nunca y de pronto sentí lo grande que era aquello que teníamos entre los dos. El silencio era absoluto y el sol de aquella tarde del final de la primavera se dignó a asomarse entre dos nubes y sentimos como los invadió aquella calidez. Éramos unos afortunados.