sábado, 17 de octubre de 2009

Baldur y el Sol de Medianoche: (29) De mudanza

(Audición recomendada: Mark Knopfler - Irish Boy)






Nanna me ayudó a meter en el taxi la última bolsa con cosas mías en el maletero. Mis tios y mi prima me despidieron calurosamente. Habían sido dos meses solamente pero la convivencia resultó muy intensa. Creo que en el fondo, sus padres se habían arrepentido un poco de invitarme a buscar mi propio alojamiento en primera instancia, luego me dijeron que me podía quedar allí todo el tiempo que quisiera. Colaboraba en lo que podía en casa, trayendo comida del supermercado, echaba una mano en la limpieza... me convertí en alguien más de esa familia, pero también necesitaba mi espacio y mi intimidad. Ahora John sí que era mi novio, de manera más o menos formal y no podía seguir abusando de la confianza que me daban. Había días que llegaba a las mil, o no llegaba. Entraba y salía a mi antojo y sabía que eso no estaba bien. Me iba. La despedida fue un poco lacrimógena. Como si me mudara a la otra parte del mundo. En realidad, se podía llegar al apartamento de John en una media hora andando. Mi tía Unnur me repitió varias veces que podía volver cuando quisiera y que estaba invitada a comer todos los dias. La más triste era Nanna, por varias razones. Ya no pasaríamos tanto tiempo juntas. De todas formas, le convenía alejarse un poco de mi compañía ahora que estaba en los exámenes finales del instituto. Sus notas habían bajado considerablemente y sus padres tenían un buen enfado. Tanto era así que le prohibieron salir a la calle. Estaba oficialmente castigada. Eso incluía no ver a Baldur en otro sitio que no fuera el instituto, entre clases y los descansos.

Me subí al taxi y retomé el viaje hacia mi emancipación que había comenzado en Akureyri. Mi trabajo no era gran cosa, pero no estaba mal. Al menos mi jefa no era una zorra como en el MacDonald's en el que estuve, ni olía a aceite requemado. Tenía mis ocho horas al día y mis dos días libres los fines de semana en un sitio muy tranquilo, en el que tenía que atender a una rutina y hacer lo que me pidiera mi superiora. La mayor parte del trabajo estaba informatizado, así que pasaba mucho tiempo introduciendo libros en bases de datos y cosas por el estilo. Los ensayos con la banda se limitaban a los sábados y algunos domingos.

Ese sábado llegué a mi nuevo apartamento compartido un par de horas antes del ensayo. Me empeñé en pagar la mitad del alquiler, a pesar de que John me dijo que no era necesario, pero descubrió lo obstinada que puedo ser para ciertas cosas. Tuvimos un poco de sexo de bienvenida. Después, mientras compartíamos un porro, me ayudó a colocar mis cosas en armarios y muebles. Después de eso bajamos a la calle a esperar al autobus que nos dejaba en los locales de ensayo. El otro día compré una Gibson SG Standard en la tienda de Gudjon, bien asesorada por John, a pagar en cuatro cómodos plazos. Era mi primera guitarra eléctrica de categoría. Me lo pasaba increíblemente bien tocando con los chicos y mi novio era mi mejor profesor. Me enseñó muchas cosas que poco a poco iba incluyendo en las canciones de la banda. Incluso se convirtió en una especie de director musical para nosotros. Nos sugería arreglos para las canciones, cosas que podrían ir bien y otras que se podrían recortar. Estaba en casi todos los ensayos. Al poco rato llegamos. Baldur me preguntó por Nanna. El pobre estaba también sufriendo las consecuencias del castigo de su novia.

Estuvimos esperando unos quince minutos a Bjarni, pero no llegaba. Nos colgamos nuestros instrumentos y Johann se sentó a la batería, dispuesto. A él y a Baldur les pareció gustar mi nueva guitarra y la mejora en sonido que ello supondría. Íbamos a incorporar mi tema Every Moment a la corta lista de canciones propias, en la que ya estaba Forever. Me dispuse a comenzar el rasgueo en compás de seis por ocho -toda una novedad- cuando Bjarni apareció en el umbral de la puerta. Tenía un aspecto lamentable, nada usual en él: la mirada perdida, los ojos llenos de lágrimas y el pelo normalmente peinado cuidadosamente, muy enmarañado. Todos nos quedamos mirándolo y nos asaltó la misma duda. Casi al unísono preguntamos "¿qué te he pasado?" Fue incapaz de articular palabra. Sólo se hincó de rodillas en el suelo y estalló a llorar.